MIRADAS: FRENTES COMUNICATIVOS EN VENEZUELA
La guerra mediática en Venezuela
Viernes 16 de marzo de 2007, por Luis Britto García
Afirmaron Marx y Engels en La ideología alemana
que las ideas de la clase dominante son en toda época las ideas
dominantes, porque así como la clase dominante posee los instrumentos de
producción material, posee también los de producción intelectual:
academias, editoriales, escuelas. En su arrolladora marcha hacia la
concentración absoluta, el capital no sólo acapara medios de producción
industrial, comercial, financiera: también acumula aparatos económicos,
políticos, ideológicos hasta reducir todas las manifestaciones de la
civilización distintas a un solo monopolio verdadero. En Venezuela, como
en todas partes, el gran capital posee la gran mayoría de los medios de
comunicación.
La política de la antipolítica
Mientras en los países desarrollados el Estado y el gran
capital financiero se consolidan hasta casi fundirse, sus aparatos
ideológicos predican para el Tercer Mundo el evangelio de la muerte de
las ideologías, el credo de la defunción de lo político, el dogma del
fallecimiento de los partidos. A rey muerto, rey puesto: para el gran
capital, los nuevos conductores de las masas serían los medios de
comunicación. Es una doctrina particularmente conveniente para un país
como Estados Unidos, que maneja los medios más poderosos del planeta y
cuya industria del entretenimiento constituye su primer rubro de
exportación (Informe sobre Desarrollo Humano, PNUD, 1999). El gran
capital financiero ha declarado una guerra para suplantar a los
mediadores con los medios.
- Paula Cabildo
Medios y mediadores
Como todas las contiendas que la humanidad libra por su
supervivencia, es éste un conflicto asimétrico. La historia política de
la humanidad es la del debate para lograr que el poder político funcione
como representante y defensor de los derechos de los gobernados. Para
el gran capital la suplantación de los mediadores políticos por los
medios ofrece la ventaja de que éstos garantizan una relación de
asimetría casi perfecta. Mientras que los actores políticos son creados
por los ciudadanos, responden ante ellos, sus dirigencias y programas
están en principio sujetas a la aprobación de sus militancias y deben
lograr cierta cuota real de cumplimiento de demandas para mantener la
adhesión de éstos, los medios son en su mayoría creados por el capital,
responden exclusivamente ante éste, no someten a elección sus
dirigencias ni sus estrategias ni están obligados a rendir una
retribución real a sus audiencias.
Al acaparar la mayoría de los medios y de las industrias
culturales, el gran capital monopoliza asimismo los ejércitos para la
guerra por el avasallamiento de las conciencias.
Entrega petrolera y dictadura patronal
Con el Tercer Milenio comienza en Venezuela una guerra
mediática para la apropiación de las mayores reservas de hidrocarburos
del mundo y de la industria que las explota. Ya que el capital
venezolano no tiene capacidad para financiar ni gestionar botín tan
colosal, su plan es entregarlo al capital transnacional: todos y cada
uno de los programas de la oposición prevén la venta de Petróleos de
Venezuela S.A. (PDVSA), prohibida por la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela. Su táctica consiste en instaurar un modelo
corporativo de antipolítica que concentre el poder estatal en una
dictadura del gremio patronal y reserve la tarea de mediadores políticos
para los medios de comunicación. El presidente de la federación de
patronos fue así de derecho el jefe de la oposición mediática y de hecho
Presidente de la República. Tal fue la estructura que durante el golpe
del 11 de abril de 2002 intentó sustituir durante breves y terribles
horas representación y participación por posesión accionaria, soberanía
por propiedad, poder popular por dictadura pretoriana.
El Estado paralelo
En fascinante juego de simulacros, la sustitución de los
mediadores es prefigurada o escenificada por los medios, primero
constituyéndose en actores políticos, luego intentando hacer salir de la
escena a los actores políticos reales. Paralelamente con la conquista
del poder mediante el cuartelazo clásico, la guerra mediática escenifica
la constitución de un Estado paralelo, suerte de gobierno virtual que
prepara la sustitución de los intercambios políticos por la facturación
unilateral de mensajes.
Los partidos mediáticos
En otro sitio hemos documentado con fuentes
pormenorizadas el proceso de esta impostura (Luis Britto García:
“Venezuela, investigación de unos medios por encima de toda sospecha”, Question,
Caracas, 2004). Examinemos sus fases. En primer lugar, aprovechando el
descrédito de los partidos tradicionales, que casi desaparecen del
panorama electoral en los años noventa, los medios promueven la creación
de partidos mediáticos, organizaciones sintetizadas en las agencias de
publicidad y de asesoría de imagen, cuya única proyección social es la
audiencia: tras un quinquenio de inflación televisiva, las elecciones
regionales de octubre de 2004 desnudaron su verdadera talla de mínimas
organizaciones locales o municipales. En la fase inmediata, los propios
medios se constituyen en verdaderos partidos políticos, en la medida que
designan o fabrican dirigencias, redactan programas y plataformas y
establecen líneas y consignas: las movilizaciones de la clase media que
acompañaron el golpe del 11 de abril de 2003 y el cierre patronal de
diciembre del mismo año fueron instigadas y mantenidas por verdaderos
operativos de histeria comunicacional.
El Estado virtual
Paralelamente, los medios actúan como si constituyeran
un poder político operante, asumiendo todas y cada una de las funciones
de éste. Así, pretenden legislar o derogar leyes, como sucedió con la
campaña que desde diciembre de 2001 intenta dejar sin efectos 49 leyes
que instauran indispensables reformas. También fraguan actos ejecutivos
que nunca han existido salvo como ficción comunicacional, como la
supuesta renuncia del Presidente Chávez el 11 de abril de 2002; o
decretan la inexistencia de actos reales, como lo hicieron los locutores
que en la madrugada del 16 de agosto de 2004 negaron validez a los
resultados del referendo revocatorio antes de que cualquier sector
político se pronunciara. Los medios dictan sentencias inapelables, como
las fulminadas contra los ciudadanos que se defendieron contra los
francotiradores el 11 de abril, o dejan sin efectos las de los
verdaderos tribunales, al continuar calumniando como delincuentes a los
absueltos por su participación en tales sucesos.
El Estado por encima del Estado
Todavía más grave que este simulacro de Estado paralelo
mediático es el que sus fautores lo eleven por encima de la propia
legalidad que rige los actos de los poderes públicos. No sólo en los
hechos, sino mediante repetidos pronunciamientos de sus propietarios y
gerentes, los medios se han declarado sistemáticamente por encima de la
obligación de imparcialidad y veracidad que impone el artículo 58 de la
Constitución. Durante varios años han predicado activamente el golpe de
Estado, la guerra civil, el magnicidio. A lo largo del último medio
siglo han mantenido una constante instigación a la discriminación
étnica, agravada en los últimos años por su empleo como instrumento de
descalificación de la mayoría mestiza de la población venezolana. Por
otro lado, los medios privados practican sistemáticamente la censura y
el veto de comunicadores. A principios de 2003 fueron excluidos cerca de
medio millar de empleados de los medios: el veto y la lista negra son
medios de condicionar la unanimidad. Gracias a ellos sólo accede a la
mayoría de los medios la minoría de los incondicionales.
Finalmente, a diferencia del Estado real, los medios
aspiran a la consagración de un estatuto de impunidad e inimputabilidad
por sus actos. Pasos elocuentes para esta intocabilidad han sido, por
ejemplo, la promoción de recolecciones de firmas para derogar el
artículo 57 de la Constitución, que consagra el derecho a réplica, y las
demandas entabladas para que los tribunales, aplicando la doctrina de
la Organización de Estados Americanos, declaren inaplicables los
artículos del Código Penal que establecen como tipos delictivos la
difamación, la injuria, la calumnia y el vilipendio. Los medios no sólo
pretenden constituir un Estado dentro del Estado, sino también un Estado
por encima del Estado.
El ejército mediático
En Venezuela, como en el resto del mundo, el gran
capital posee la inmensa mayoría de los medios. Unos sesenta diarios, de
los cuales cinco son de alcance nacional, dos centenares de
radioemisoras y unas sesenta televisoras, de las cuales cinco alcanzan
audiencias nacionales, son el arsenal del capital privado para la guerra
mediática. Dos de las principales televisoras y uno de los diarios más
importantes tienen decisiva participación accionarial de capitales
extranjeros. Históricamente, gran parte de este imperio ha sido
construido con créditos blandos estatales y generosos subsidios
disfrazados de propaganda oficial. De los diarios privados apenas dos, Últimas Noticias y Panorama,
han intentado mantener un equilibrio informativo, lo que les ha valido
duplicar el número de lectores de sus competidores más próximos.
El pueblo sin medios
Por contraste, el sector público legitimado por la
mayoría de los ciudadanos en diez elecciones consecutivas, para el
momento de la confrontación apenas dispone de una cadena de televisión,
Canal 8, cuya imagen los canales privados sacan del aire en el momento
del golpe; de una radio de servicio público, Radio Nacional de
Venezuela, y de una pequeña cadena de televisión alternativa, Catia TV,
transitoriamente clausurada por un alcalde opositor, emisoras todas de
potencia relativamente escasa e incapaces de cubrir todo el territorio.
Después de vencido el sabotaje petrolero en 2003, se
suman a este grupo de cadenas ViveTV, canal alternativo dedicado
esencialmente al documental, y ANTV, canal de la Asamblea Nacional,
ambos de poco alcance, así como el circuito radial YKE Mundial. En
virtud de que la República es dueña de las frecuencias de radiodifusión y
teledifusión, los medios privados que operan como concesionarias de las
frecuencias están obligados a permitir la difusión de mensajes o
cadenas. Este derecho, que el Estado emplea incidentalmente, ha sido
objeto de encarnizadas campañas de crítica. De hecho, en el momento
crucial del golpe de Estado del 11 de abril los medios privados
interfirieron y luego cortaron el mensaje del Presidente a la Nación
sirviéndose de una superior tecnología de satélite. Al precario
repertorio de medios en manos del poder legítimo se suman para 2005
cerca de cuatro centenares de radios comunitarias, de poco alcance y
sometidas a medidas de clausura y todo tipo de agresiones por las
autoridades locales de la oposición.
En el Encuentro Mundial de Intelectuales en Defensa de la Humanidad de diciembre de 2004 se lanzó el proyecto de Telesur,
un canal dedicado a la cultura y las noticias latinoamericanas y del
Caribe, que fue inaugurado en 2005 con participación de Argentina,
Venezuela y Uruguay. Sólo desde abril de 2003 circula un cotidiano
favorable al proyecto bolivariano, el Diario Vea,
por esfuerzo de las viejas dirigencias comunistas. Lo complementan
cerca de un centenar de pequeñas publicaciones alternativas, como Question, Temas, El Coyote y otras. El proyecto bolivariano domina internet con aguerridas páginas web como aporrea y antiescualidos.
Aparte de estas meritorias excepciones, pocas veces un gobierno y un
proyecto políticos tan ampliamente respaldados por las mayorías
democráticas han estado tan inermes desde el punto de vista
comunicacional.
La indefensión institucional
También ha sido débil la respuesta administrativa del
Estado a la ofensiva mediática. En virtud de que las frecuencias del
espectro televisivo pertenecen a la República y ésta las otorga en
concesión, puede retirarlas discrecionalmente. No ha habido una sola
medida de esta índole, ni siquiera para evitar flagrantes actos
contrarios a la Constitución tales como el derrocamiento del gobierno
electo, el sabotaje a la industria petrolera y la prédica de la guerra
civil y la discriminación racial. Durante un quinquenio de agresión
mediática, no ha habido una sola planta clausurada, un solo medio
suspendido, una sola edición incautada, una sola noticia censurada o
vetada. Tampoco, por cierto, hubo sanción alguna contra la repetida y
escandalosa violación de normas reglamentarias, como la que prohíbe la
publicidad televisiva de alcohol. Sólo se ha comenzado a sancionar la
repetida evasión tributaria de algunos medios de comunicación privados.
El vacío normativo
Asimismo ha sido tardía la respuesta normativa. Apenas a
finales de 2004 concluye en la Asamblea Nacional la discusión de una
Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión que favorece la
producción nacional e independiente, limita el tiempo de publicidad y
prohíbe la incitación al consumo de tabaco, alcohol y drogas. La
Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) no ha hecho el menor
esfuerzo por hacerla cumplir. Por el contrario, cierra el año 2005 con
un acuerdo para “flexibilizar” la prohibición televisiva de publicitar
bebidas alcohólicas a petición de las transnacionales del espectáculo.
Tampoco ha sido excepcional la acción pública en la educación de las
audiencias. No hay propuestas pedagógicas masivas de formación para el
análisis y la interpretación de los mensajes: apenas despuntan
iniciativas aisladas como columnas periodísticas, libros o programas
radiales y televisivos dedicados a la deconstrucción de tantos y tan
malignos contenidos.
El mensaje es el mensaje
¿Cómo ha ganado entonces el sector caracterizado
justamente por la escasez y el limitado alcance de sus medios, e incluso
por la precaria calidad de algunos de ellos? La experiencia venezolana
arroja dudas sobre el mito interesado de que el medio sea el mensaje. El
proyecto de la antipolítica tenía los medios, pero no el mensaje. En
vano sus grandes aparatos comunicacionales difundieron masivamente una
convocatoria elitista, de discriminación étnica y privatización a
ultranza, centrado en forma narcisista en las esperanzas frustradas, los
terrores y los prejuicios de cierta clase media en disonancia de
status.
Las grandes mayorías eligieron el mensaje igualitario,
inclusivo y de solidaridad social del proyecto bolivariano. En vano fue
que el gran capital sustituyera actores políticos por grandes titulares,
pantallas y concentraciones infladas en los laboratorios de la imagen.
Contra ellos prevalecieron la acción directa del activismo político, la
concentración masiva, la participación y la realidad de los inmensos
programas sociales que extendieron las esperanzas populares. En la
novena confirmación electoral el proyecto bolivariano impuso sus
candidatos en veinte de veintidós estados; partidos que la oposición
mediática infló como fuerzas nacionales quedaron reducidas a movimientos
locales y municipales; los liderazgos televisivos desaparecieron del
aire. En la décima consulta electoral la Asamblea Nacional quedó por
completo en poder de organizaciones comprometidas con el Proyecto
Bolivariano o simpatizantes con él.
Estrategia y táctica de la comunicación popular
Los proyectos políticos a veces descansan en sus
laureles, la guerra por el petróleo y por las conciencias no. El pueblo
no puede seguir concurriendo a ella desarmado. Para consolidar un frente
comunicacional debemos multiplicar el número y fortalecer el alcance de
los medios de servicio público y alternativos. Debemos promulgar
normativas que limiten el abuso cuantitativo y cualitativo de la
publicidad excluyendo la promoción de bienes y costumbres nocivas a la
salud y a la convivencia social. Debemos aplicarlas en forma estricta y
rigurosa. Debemos asegurar cuotas para la producción nacional
independiente como estímulo para la actividad de creadores e industrias
culturales autóctonas. Debemos impulsar planes educativos de gran
magnitud que capaciten a las audiencias para la decodificación de los
mensajes alienantes. Debemos convertir las nuevas redes mediáticas en
vehículos para la cultura y la educación popular.
Debemos en fin, fijarnos como metas paralelas la
adecuación y la calidad de los mensajes, e impedir que entre éstos y la
realidad se abra alguna vez la insalvable distancia que garantizó la
derrota del imperio en la guerra mediática de Venezuela.
Luis Britto García es periodista de opinión e
investigador en Ciencias Sociales, es autor de una vasta obra
ensayística sobre el discurso político y las contraculturas. Correo
electrónico: luisbritto@cantv.net. Un extracto de este artículo ha sido
publicado en el nº 25 de la revista Pueblos, marzo de 2006.
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